Toda la dinámica del campo crítico literario latinoamericano moderno no se desarrolla de forma azarosa, como una sucesión de obras, una tras otra, que por ser lo que son, pueden, por derecho propio, formar parte de la cadena de la historia de la literatura latinoamericana. Dicha continuidad opera dentro de un sistema, entendido al modo como Cándido enfrentó el problema al momento de constituir lo que para él era la formación de la literatura brasileña. En el intento de compatibilizar tanto la dimensión interna (estética) de la obra, con su sustrato externo (social), el brasileño las une bajo la noción de sistema, literatura entendida como sistema, es decir, como el conjunto de obras ligadas por denominadores comunes que permiten reconocer ciertas etapas, fases, y que posibilitarían construir una historia de la literatura.
Así, se trata de una literatura que opera como sistema simbólico, como conjunto integrador que asume una tradición, un continuum en un proceso dinámico dentro del campo productivo artístico- cultural. ¿Cuándo esta literatura está cumpliendo el rol que la comunidad le exige? No cuando se ve reflejada especularmente, por cierto, sino cuando ve sus traumas, sus conflictos internos, sus contradicciones inherentes y sus posibles salidas frente a la exclusión, lo que se da acaso alusiva, sugerente, imaginariamente. No necesita discursos ni manifiestos que le digan lo que es, porque no es eso. Necesita un relato inquietante y perturbador que la ayude plantearse las preguntas sobre lo que es.
"Para comprender de qué manera se entiende la palabra formación, y por qué se califican de decisivos los momentos estudiados, conviene empezar a distinguir manifestaciones literarias de literatura [lo que Henríquez Ureña, con otras palabras, habría distinguido como balbuceo de nuestra propia expresión] propiamente dicha, considerada aquí como un sistema de obras vinculadas por denominadores comunes que permiten reconocer las notas dominantes de una fase" (Cándido 1991: 235).
Estos denominadores comunes vendrían a ser, de un lado, las características internas compartidas, que van desde la lengua común hasta las imágenes que la obra arroja, pasando por los temas, los estilos, etc., y, de otro, aquellos elementos de naturaleza social que están organizados y que se manifiestan históricamente en las fases de la literatura, como aspecto orgánico de la civilización. Entre estos denominadores comunes encontramos el conjunto de productos literarios, los receptores, el mecanismo de transmisión que se utiliza, y otros (Cándido 1991: 235).
Ahora, lo más importante acá es destacar que se trata de un sistema de carácter móvil, no estático, que, en rigor, permite que se experimente una continuidad, y, a su vez, que en su dinámica interior se genere una tradición.