Benveniste (1974) concibe la semiología, la ciencia de los signos, como un campo que comporta dos ejes: el semiótico y el semántico. Se trata de dos modalidades de la función lingüística: la de significar para la semiótica y la de comunicar para la semántica.

El campo semiótico se caracteriza como una propiedad de la lengua. Su unidad es el signo; la totalidad de los signos forman la totalidad de la lengua. Cada signo establece relaciones y oposiciones con otros signos que lo definen y delimitan dentro de la lengua.

El semántico, en cambio, tiene que ver con la lengua en acción, en su función de mediadora entre el hombre y el hombre, entre el hombre y el mundo, entre la mente y las cosas, transmitiendo la información, comunicando la experiencia, imponiendo la adhesión, suscitando la respuesta, implorando, constriñendo; en una palabra, organizando toda la vida de los hombres. De este modo, el autor propone superar la noción saussureana del signo como principio único del funcionamiento de la lengua.

El pasaje del sistema semiótico de la lengua, en el cual solo cabe el listado de signos, al discurso se da en la instancia de la enunciación. Benveniste entiende por enunciación el acto individual de apropiación de la lengua. El momento en el que el hombre se constituye como sujeto asumiendo un lugar en la lengua.

En este sentido, en “El lenguaje y la experiencia humana” Benveniste señala que la lengua suministra a los hablantes una serie de categorías que, por fuera del discurso, esto es, en el ámbito de sistema semiótico de la lengua, son “vacías”, no pueden adherirse ni a un objeto ni a un concepto, pero que se “llenan” cuando el locutor los asume en su discurso. Son las categorías de persona y tiempo: pronombres (personales, posesivos, demostrativos), el tiempo verbal. Así, el que habla se refiere siempre por el mismo indicador “yo” a sí mismo que habla. Ese “yo” en el inventario de la lengua no es más que un dato léxico. Es en el acto de habla que se “llenará” de significado al ser asumido por un locutor particular. Los elementos indiciales o deíticos organizan el espacio y el tiempo alrededor del centro constituido por el sujeto de la enunciación y marcado por el ego, hic et nunc del discurso. Estas categorías operan, así, la conversión de la lengua en discurso.

Queremos referirnos aún al texto “Sujeto, hombre y lenguaje. Una aproximación a Giorgio Agamben” de Hechim (2005). Dicho texto retoma desarrollos del filósofo acerca del lenguaje y la experiencia humana. Se explica que para Giorgio Agamben el hombre no se distingue de los animales por la lengua en general, sino por la escisión entre los órdenes semióticos y semánticos. Los animales están desde siempre en la lengua. El hombre, en cambio, en tanto que tiene una infancia, en tanto que no es hablante desde siempre, escinde esa lengua “una” y se define por ser aquel que para hablar debe constituirse como sujeto del lenguaje, decir “yo”. El hombre entra en la lengua transformándola en discurso.

 

Referencias:

Benveniste, E. (1974). Problemas de lingüística general II. Siglo Veintinuno Editores: Madrid, 1999

Hechim, M.A. (2005). “Sujeto, hombre, lenguaje: Una aproximación a Giorgio Agamben”. En Texturas, UNL: Santa Fe